Por: Melissa Hincapié
Cuando Simone de Beauvoir anunció: “No se nace mujer: se llega a serlo.”[1], abrió todo un campo de posibilidades para comprobar la existencia de múltiples expresiones en las identidades del género. El feminismo es indispensable para comprender las formas de la opresión en las que esas expresiones están insertas, pues revela la esencia del mundo masculino. Las posibilidades de negación de ese mundo que pasa por los cuerpos de aquellas que nacemos con un sexo biológico “femenino”, no es la misma negación del mundo realizada por los cuerpos performativos.
Las mujeres, que somos definidas a priori como femeninas por una condición biológica, lo somos de manera absoluta, lo somos como la alteridad de lo esencialmente masculino. Definidas de manera absoluta en esa condición, la negación de nuestra feminidad pasa por la imposibilidad de afirmar una condición como la masculina, y en esta actividad constante e inagotable de negación, perpetuamos las posibilidades de afirmar nuestra existencia como individualidades. Para nosotras existir en un mundo masculino es ontológicamente imposible y con esta imposibilidad cargamos nuestra existencia de sentido cuando nos insertamos en reivindicaciones feministas.
Para lxs segundxs, la opresión heterosexista opera “a través de la constitución de sujetos viables y de la correspondiente constitución de un dominio de (in)sujetos inviables —abyectos (abjetos), podríamos lIamarlos— quienes no son nombrados ni producidos dentro de la economía de la ley, (…) mediante la producción de un dominio de lo impensable y de lo innombrable”[2]. La negación de una esencia en su cuerpo no es una continuidad en la Historia. Es, en cada caso, una interrupción en ella. Y, por lo tanto, la negación de un cuerpo performativo representa un punto de inflexión que juega con la imposibilidad.
A diferencia de las primeras, la afirmación de su existencia es la demanda por su inclusión en una categoría del mundo, ser lo tercero excluido, es ser en sí la negación de un mundo del que no se hace parte, afirmar el mundo desde esa condición ya es una negación del mundo, un reflejo del Absurdo vuelto imperativo de existencia. Es la resignificación de la fantasía, la reinvención de un afuera como el afuera literario, es decir, un afuera que adquiere sentido como exclusión, por depender del adentro.
Si desean su inclusión en un mundo capitalista, en un estado de cosas dado, en las instituciones de derecho no es un juicio que yo pueda formular a la comunidad LGBTIQ, no puede ser para mí una pregunta, pues a diferencia de ellxs, la forma de opresión por mi condición de mujer; mi alteridad, la exige el mundo masculino para sí. Éste necesita un margen definitorio de lo que es posible, de modo que, nos pone a las mujeres en la categoría de lo imposible, somos el margen, el misterio inexplicable, su conexión con la naturaleza.
Si el feminismo exige de mí el rechazo de mi categoría para negar el mundo que me pone al margen; el feminismo me hace pensar, a la vez, qué puede éste exigir de esos cuerpos performativos: del travesti, de mujeres y hombres transgénero y transexuales, de lx queer, del cuerpo lésbico, para quienes, en cambio, no existe esencia, no hay concepto, ni mundo, pues su existencia como exclusión, es una existencia al margen de todas las esencias que hemos sido puestas al margen.
La negación Trans del mundo es la única negación determinada que existe como praxis absoluta: lo que molesta del Orgullo es que ridiculice todas las instituciones como no lo hemos logrado en ninguna revolución anterior. Mirellas papales, sandalias romanas y coronas de laurel ejemplares, plumajes solemnes, sotanas fluorescentes, bolillos sadomasoquistas, etc., hacen evidente cuán excéntrico es el capitalismo, cuán obscena la historia y la cultura, cuánta parafernalia miserable alberga el matrimonio y la sexualidad hetero, cuán escandalosa es la feminidad subordinada al género y cuán caduco y vaciado de sentido está el simbolismo patrio y religioso, escritos en letras góticas y en segunda persona del plural.
La respuesta conservadora de los ciudadanos de Medellín y las manifestaciones de violencia de Luis Emilio Arboleda, lo son, porque no conciben su mundo como realización ajena. Lo evidentemente excéntrico de su defensa del capitalismo, absurdo de sus vidas maritales, obsceno de su doble moral religiosa, al ser escándalos detentados como tales pero por desparpajadxs y desviadxs maricas; crea el inminente reflejo del Absurdo, de la degeneración de su mundo.
Siempre es necesario pensar cuál es el lugar que ocupamos antes de ubicar un prejuicio como verdad, pues, de acuerdo con Judith Butler, “no somos radicalmente libres para rechazar las formaciones culturales que tenemos sin anularnos a nosotrxs mismxs en algún sentido; pero sin embargo tenemos libertad, o nos sabemos animadxs y con capacidad de agencia cuando luchamos en contra de los efectos restrictivos de esas formaciones”[3] y esa dificultad nos exhorta a pensar cómo esos discursos e instituciones nos han formado, antes que asumirnos puros de intenciones ante sus efectos. No existe nada inmaculado en un mundo forjado por la opresión. En él la violencia se asemeja al pluralismo cuando no se rechaza su estructura desigual y se equiparan los privilegios propios con la falta de derechos ajenos, como igualdad de condiciones. Tanto un privilegio como un vacío de derecho son una condición de existencia, pero claramente no son las mismas condiciones. Afirmados en sus privilegios sólo ven existencias como abstracciones de su miseria.
Por eso, compañerxs maricas, izad las banderas en tangas y a caballo, opulentas como el oro, el agua y la sangre que los símbolos patrios, con todas las combinaciones que sus violencias, nos generan.
[1] BEAUVOIR, Simone (2018). El segundo sexo (13° ed.). Madrid: Ediciones Cátedra, p. 371.
[2] BUTLER, Judith (2000). Imitación e insubordinación de género. En: GIORDANO, Raúl & GRAHAM, Graciela (Ed.) Grafías de Eros. Historia, género e identidades sexuales. Buenos Aires: Ediciones de La École Lacanienne de Psychanalyse–EDELP, p. 97.
[3] BUTLER, Judith (2012). Jugarsela con el cuerpo. En: SOLEY-BELTRAN, Patricia & SABSAY, Leticia (Ed.) Judith Butler en disputa. Lecturas sobre la performatividad. Madrid - Barcelona: Editorial Egales, p. 226.
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